Aprendiste a cocinar con 25 años
Yo nunca había trabajado en la cocina estando en Guinea Konakri, he aprendido a hacerlo aquí y ahora me dedico a ello. Me encanta. He descubierto una nueva pasión.
Y me gusta la comida de aquí mucho, claro. Las rabas, bogavante, arroz con verdura, pudding de cabracho… Lo que no he comido en mi país nunca, eso lo como ahora aquí y me encanta. No me canso de comer todas esas cosas.
¿Qué más cosas disfrutas de tu vida en Cantabria?
Primero el trabajo, y luego vivir tranquilo. Es lo más importante para mí. Si trabajas estás tranquilo y eso da mucho gusto. Porque la vida siempre cambia, nunca sabes lo que te espera.
Me gusta Santander, es muy tranquilo y se vive bien. En Madrid hay mucha gente y conseguir trabajo no es fácil, aunque tengas papeles. Aquí puedes ir con tu currículum, llevarlo a un sitio y algún día te llaman.
¿Fue fácil en tu caso?
Me ayudó a hacer mi currículum la trabajadora de la asociación con la que hacía el programa. Cuando ya pasé a la segunda fase, que cuentas con la tarjeta roja de autorización de trabajar, ella me envió a un restaurante en la playa a preguntar si necesitaban a alguien. Fui, saludé al jefe, le expliqué que buscaba trabajo y se interesó mucho por mí, de dónde venía, etc. Como no tenía experiencia en la cocina estuvieron durante un mes enseñándome a hacer las cosas desde cero: hacer las rabas, cortar pescado, limpiar, todo. Después del mes me hicieron un contrato de 4 meses, que luego me han alargado 5 y después 8. Y ahora me han hecho, por fin, indefinido.
Y eso que cuando llegaste no hablabas español.
No, nada. Aquí me sentaba en la asociación para los talleres, y me acuerdo que la trabajadora me decía que no me preocupase, y yo miraba, escuchaba y no decía nada al principio. En la asociación me ayudaron mucho, para apañármelas, para hacer la vida diaria y para ir al colegio a aprender. Muy buena gente.
También he aprendido a leer un poco en español. Yo de mi país hablo francés, fulani, maninka, soussou y kissi, cinco idiomas, pero no sé leerlos. Y cuando he llegado aquí me han enseñado a leer y escribir, aunque vaya despacio.
¿Cómo era tu vida en Guinea?
Era un poco difícil. Yo vivía con mi madre y mis tres hermanos y era camionero profesional. Pero en un viaje para transportar mercancía a Mali-Bamako, hubo una complicación. Mi jefe me había dejado su camión y surgió un problema técnico y tuve que parar en un pueblo. Era un sábado por la noche y, mientras yo buscaba la pieza para tratar de arreglarlo, aparecieron unos motoristas borrachos y tuvieron un accidente contra el camión. Entonces la gente de ese pueblo se me echó encima a mí y vinieron a prender fuego al camión, más violentos todavía al ver que yo pertenezco a los maninka, grupo étnico enfrentado con el suyo, los fulani.
Al tiempo, el propietario del camión me llamó y en lugar de hacer por entenderme me amenazó con que si no le pagaba el precio del camión y la mercancía me metería en la cárcel o metería a mi hermano. Desde ese día, aprovechando que tenía el dinero para gasolina, me fui directamente.
¿No volviste a tu casa?
No, llamé dos semanas después a mi madre. Estaba en Mali-Bamako buscando cómo podía entrar en Marruecos. Pagué a una persona que me ayudó hasta que llegué a Argelia. Allí estuve un mes, dos meses, hasta que encontré el camino para entrar en Marruecos.
Conocí a otra persona que me ayudó a intentar salir de allí y cruzar a España, me llevó por un dinero a la frontera de Nador y después de 6 meses apareció la oportunidad de cruzar en patera.
¿Cómo fue vivir esa experiencia?
Él me llamó a la 1:30 de la noche diciéndome que fuera donde estaba, que había otras personas que querían cruzar y me podía meter con ellos. Éramos 42 personas en la patera: 3 niños, 4 mujeres embarazadas y todo el resto hombres. Llegamos a Almería el día 10 de julio de 2018.
No se te olvida
No, eso no se olvida.
Si no hubieras tenido todo ese problema en tu país, ¿hubieras venido igualmente?
En realidad, no vine aquí solo por ese problema, eso lo que hizo fue acelerarlo mucho. Pero yo desde joven tenía como sueño venir a España y a Europa. Ha sido muy difícil, pero ha merecido la pena, no me arrepiento.
¿Cuándo y cómo pudiste contarle a tu familia que estabas en España?
Cuando llegué aquí no tuve móvil hasta pasados 3 meses. Había un comedor social donde una mujer nos dejaba llamar por teléfono a nuestras familias. Me costó, pero conseguí contactar con mi hermano y decirle que estaba bien. Era la única persona que sabía que había llegado hasta Marruecos y estaba intentando cruzar el Mediterráneo, pero le había pedido por favor que no se lo contara a nadie.
Desde que yo le había llamado por teléfono la última vez había pasado seis meses en Marruecos y tres más en España, entonces me confesó: “Nosotros pensábamos que estabas muerto, como hay mucha gente que muere en el mar”. Y le dio mucha alegría.
¿Te has sentido bienvenido por la gente en España?
Sí, porque todos ríen. La gente me trata bien, también yo me comporto bien, y la gente te tiene respeto. Tienes que mantener tu responsabilidad, saber con quién andas, solo eso.
¿Qué echas más de menos de tu vida allí?
Echo mucho de menos a mi madre y mi familia. Les he dejado allí y les mando dinero a veces, cuando puedo, 150 euros o así. Solo por mi madre, que está enferma de un pie y no anda, va con una muleta.
¿Dónde te ves de aquí a unos años?
Aquí, trabajando, con mi madre y mi hermano. Me gusta estar aquí.